Así que habéis venido a por una historia, ¿verdad? Estáis de suerte porque estaba a punto de empezar una. Poneos cómodos y prestad atención a la aventura de Moi, el pequeño y astuto hurón que escapó de las garras del mismísimo diablo.
Moi se removió angustiado, había tenido un sueño extraño. Notaba su cuerpo tenso y agarrotado; incluso le costaba respirar. Trató de centrarse en él, en descubrir lo que había soñado, pero cada vez que se acercaba, este se le escurría de entre los dedos. Lentamente, a medida que sus sentidos se despertaban, comenzó a notar el agobiante calor que le rodeaba y el fuerte olor de azufre que inundaba su hocico. El hurón abrió los ojos y se irguió con presteza, descubriendo que las paredes de ladrillo de su hogar se habían transformado en cientos, quizás miles, de estalactitas y estalagmitas que relucían bajo la luz de incontables fuegos. Extrañas y sobrenaturales sombras bailaban sobre las paredes de la inmensa caverna donde ahora se encontraba.
—El infierno… —dijo en voz alta sin que su mente se diera cuenta de que había llegado a aquella conclusión.
—Así es, Moi, has acertado —respondió una voz profunda que parecía proceder de todos lados al mismo tiempo.
—¿Quién ha dicho eso? —Preguntó asustado el hurón, olisqueando el aire y buscando con nerviosismo al culpable de aquellas palabras.
Una sombra, sin forma definida, comenzó a crecer a lo largo de una de las paredes de manera amenazadora. Todo parecía oscurecerse por momentos y ni siquiera el fuego era capaz de hacerla retroceder. Moi, asustado y temeroso ante aquel fenómeno, se encogió sobre sí mismo, esperando a que esta cayera sobre él y lo devorara pero, en vez de eso, la oscuridad se materializó frente a él. El hurón se encontró mirando a uno de sus semejantes; aunque, para su sorpresa, este poseía dos pequeños cuernos sobre su cabeza.
—Bienvenido.
—¿Quién? ¿Quién eres?
—Sabes la respuesta —respondió mientras una sonrisa repleta de dientes afilados asomaba en su rostro al ver el reconocimiento en los ojos de Moi—. Aunque puedes llamarme Arol. Nunca me ha gustado ese nombre que me habéis dado los mortales.
—Esto, esto es un sueño, ¿verdad?
—No, querido amigo, es real.
—¡Es imposible! ¡No, no puedo estar aquí!
—Y, aún así, lo estás. Eso es lo que sucede cuando uno muere, que viene aquí. ¿No lo sabías? ¿Qué es lo que os enseñan ahí arriba?
—Pero no puedo haber muerto —Negó con la cabeza, tratando de hacer desaparecer aquella idea de su mente—. Me acordaría de algo así.
—Lamento ser el portador de las malas noticias, pero sí que has muerto —dijo sin poder reprimir la diversión que le provocaba la cara de incredulidad del hurón—. Estabas pintando la fachada de tu casa cuando, al tratar de coger el bote de pintura que se te caía, has perdido el equilibrio y te has precipitado contra el suelo con, valga la redundancia, un funesto desenlace. ¡Mírate, si aún estás cubierto de pintura!
Moi siguió la dirección que marcaba Arol y pudo comprobar cómo su antes bonito pelaje ahora estaba cubierto por una gran capa de color celeste. El hurón la tocó con sus dedos, pringándoselos pues, a pesar del calor que hacía en aquel lugar, la pintura aún estaba húmeda. De pronto, pequeños flashes de memoria volvieron a su mente, visualizando sus manos tratando de agarrar la escalera y aquel bote cayendo a cámara lenta antes de que se hiciera la oscuridad y el silencio.
—Mmm, veo en tu rostro que has recordado algo.
—Sí, he visto fragmentos de lo que has dicho. Puede, puede que sí sea verdad que haya muerto… Pero no entiendo por qué estoy aquí. Siempre he sido buen hurón, nunca me he metido en problemas, saludo a mis vecinos y hasta pago mis impuestos. ¡No debería estar aquí! ¡Esto es un error!
—No hay ningún error. Tu nombre figura en el Libro del Infierno y no hay más que hablar. En él están los nombres de todas las almas que habitan este lugar. —explicó Arol al ver la cara de desconcierto del hurón, chasqueando los dedos y haciendo aparecer un gran tomo de piel en medio del aire. El libro cayó sobre sus manos y se abrió por voluntad propia. Las hojas comenzaron a girar y Moi pudo ver cómo cada una de aquellas páginas estaba llena de arriba abajo de nombres, de cientos de miles de nombres que pasaban a la velocidad del rayo. Finalmente, el libro pareció calmarse, deteniéndose en la última hoja escrita y a medio completar—. Aquí está tu nombre.
—¿Puedo verlo? —Preguntó Moi, incapaz de reprimir su curiosidad a pesar de aquello representaba su propio final.
Arol, quien estaba disfrutando con todo lo que estaba sucediendo, no pudo negarse, tendiéndoselo con una sonrisa aún más descarada si cabía. El hurón cogió el gigantesco tomo. Sintió el peso del propio infierno en sus manos y un escalofrío recorrió todo su cuerpo al comprobar que su nombre estaba allí, en último lugar, escrito con una delicada y estilizada tipografía.
De pronto, una idea explotó en su mente. Con un rápido movimiento, antes de que aquel ser se diera cuenta de sus intenciones, cubrió su nombre con la pintura que aún llevaba en los dedos y dijo:
—Ahora ya no está. —No había terminado de decir aquellas palabras cuando sintió cómo algo tiraba de él hacia arriba y se alejaba rápidamente del suelo, dejando atrás aquel libro y el furioso grito del señor del infierno.
Y así, con esta milagrosa huida, termina nuestra historia. Nuestro querido hurón volvió para terminar de pintar la fachada de su casa, aunque esta vez tuvo mucho más cuidado.
Espero que os haya gustado este pequeño relato corto y nos vemos la próxima semana.
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